25/6/12

DESOBEDIENCIA CIVIL ELECTRONICA


Desobediencia civil electrónica

En los noventa era joven y buscaba escapar del control. Me topé en el sur de California con un libro que me cimbró: The Electronic Disturbance (Autonomedia, 1994) de Critical Art Ensemble. Resistir desde las computadoras.

“Las reglas del juego han cambiado. La desobediencia civil ya no es lo que solía. ¿Quién está dispuesto a explorar el nuevo paradigma?... Echemos los dados. End program. Fade out”.

El naufragio en Internet de la Generación Global parió utopías.

Los hackers aparecían en Hollywood. Las intenciones políticas de la naciente cibercultura eran confusas, soñadoras, ridículas. Pero parecían más prometedoras que tomar las plazas.

Monitor sin monitoreo, en ciernes, impalpable, el ciberactivismo ocurría desde la alienación misma.

Era irreal. “Virtual”. Parecía no influir en el “mundo”. Parecía mera fantasía.

“Lo que alguna vez fue la Desobediencia Civil ahora lo es la Desobediencia Civil Electrónica... Pelear con un poder descentralizado requiere de medios descentralizados”.

Nomadología de Deleuze unida a Baudrillard, Debord, Burroughs, Guattari, Atari y chats. Undergrounds estúpidas, nos decían.

Se pronosticaba que aquellas ideas se irían de nuestra vida conforme llegásemos a la edad adulta.

Pero la madurez nunca llegó: llegó Blogger, MySpace, YouTube, Facebook, Twitter, una década después. El narcisismo de las redes convivía con campañas anti-guerras del Golfo y otras causas glocales.

En el post-9-11 las ideas noventeras del hacktivismo se volvieron normales entre forwards y #hashtags.

Casi todos, aunque sea una vez, prestamos una ventana para ayudar a tumbar una página.

Los sueños hackers se hicieron realidad. Llegaron al mainstream gracias a Wikileaks y Anonymous.

Las consignas utópicas de aquellos años en que Internet se caía constantemente, pasaron a ser el comportamiento cotidiano de millones de personas con toda clase de gadgets y Sci-Fi personalizado.

La World Wide Web como nueva Selva Lacandona, y Sub-Marcos como Abuelo Che.

El ciberactivismo más elemental que se normalizó fue crear, linkear y re-direccionar información para alertar a otros.

Tumbar webs institucionales cedió su paso en la imaginación popular a, sencillamente, llenar huecos y desenmascarar la información parcial o el silencio de los medios, especialmente diarios y televisoras, hoy acarrolados, de plano, a ir contra su propia esencia —lo noticioso— para insistir, después de cada anuncio, que nada nuevo ocurre, que las noticias han dejado de existir. “Todo sigue igual”.

Los nuevos medios, entonces, hoy son ensayados en redes sociales, ese gran espacio público, caótico. Tin Tan Troll.

Las ideas del ciberactivismo han crecido. No sólo quiere Internet. Quiere también los medios, las calles, los gobiernos. Mañana querrá los cuerpos.

¿Quién lo hubiera dicho?

Los años noventa, esos “ilusos”.